Era un jueves cualquiera en 1991. Deportivo Municipal terminó de entrenar en el estadio municipal de San Isidro y se dirigió a los vestuarios. Ahí, la ‘chacota’ de todos los días dio un giro inesperado y se centró en una extraña lata de aerosol que encontraron al medio del baño. “Suave con la bomba”, decían con ingenuidad los jugadores mientras lo pasaban de mano en mano. Segundos después, lo que empezó con una broma, terminó en desgracia.
Una explosión llenó de humo y sangre el ambiente. Siete heridos fue el saldo inicial de este episodio, pero uno de ellos pasó a ser mortal. Héctor Mathey, lateral derecho, tenía lesiones en los brazos y parte de la cabeza y fue llevado al hospital de la Policía, pero murió en la sala de operaciones. Tenía 19 años.
Al igual que el resto del país, el fútbol también se vio afectado por el conflicto armado interno. Y hoy, a 25 años de la captura de Abimael Guzmán, el jefe de la organización terrorista Sendero Luminoso, en Depor honramos la vida de esa y de las otras víctimas que se fueron sin poder despedirse.
El terror reinó
En la década de 1980 y gran parte de la siguiente, el país vivió el peor conflicto armado interno y el más letal de nuestra historia. Sendero Luminoso y el MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru), dos organizaciones subversivas, atemorizaron a la población con la meta de presionar al gobierno y conseguir un régimen comunista.
La respuesta del Estado fue poner a las Fuerzas Armadas a cargo, lo que significó que el número de víctimas se eleve exponencialmente. Cerca de 70 mil personas (según la Comisión de la Verdad y Reconciliación) murieron debido al conflicto. La mayoría fue en la zona de la sierra central, pero casi la totalidad del país sufrió ataques, incluida Lima.
Fue a finales de los ochentas que estos se hicieron presentes en la capital. Coches bombas, apagones y asesinatos selectivos fueron algunas de las medidas para atemorizar a la población. A pesar de ello, muchos siguieron con sus actividades diarias. El fútbol no fue la excepción.
Mancharon la pelota
El Deportivo Municipal es un gran ejemplo de ello. Durante esta época, entrenó con regularidad en el estadio municipal de San Isidro, hasta tres días antes de la explosión de la bomba. Los subversivos atacaron el Cuartel San Martín, que queda al frente, en la Av. Ejército. El guardián del coliseo declaró a los medios de comunicación sobre el atentado y recibió amenazas. Es por ello que los dirigentes prefirieron tomar precauciones y se mudaron a El Olivar por un par de días. Justo regresaron aquel trágico jueves 9 de mayo de 1991.
Esa fecha, temprano, el jardinero del recinto encontró una supuesta lata de aerosol. Parecía un desodorante y pensó que era de los chicos que acababan de volver, por lo que lo dejó en la ventana del vestuario. Se trataba de un explosivo.
El equipo lo vio al ingresar al baño. Al no saber de qué se trataba, varios jugaron con el objeto e incluso bromearon con que se trataba de una bomba. Carlos Guillén, Enrique Vega Centeno, Pablo Villanueva, Alfredo Rojas y Franklin Allemant estaban al lado de Mathey cuando el artefacto estalló. Sin embargo, fueron los dos últimos quienes se llevaron la peor parte.
Franklin, hijo de Marcelo Allemant, presidente del club, perdió la mano derecha. Por su parte, Mathey tenía lesiones en ambos brazos y la cabeza. Sus compañeros trataron de ayudarlo durante la media hora que la ambulancia demoró en llegar, pero no sirvió. El joven murió tres horas después por un paro cardiaco. Era el primer futbolista en fallecer por el terrorismo.
Pero pudo no haber sido el único. Ese mismo día, la Policía encontró otros dos explosivos más en la cancha.
Todos se pusieron la camiseta
"El futbolista es, en general, gente sana que no puede ser utilizada por tipos que, me parece, han buscado hacerse propaganda a través de un atentado contra un equipo de fútbol", señaló Miguel Company, el entonces técnico de la selección peruana, a El Comercio.
Fueron varios jugadores, políticos e hinchas los que acompañaron a la familia a su entierro en el cementerio El Ángel. Entre ellos estaban sus compañeros del Sudamericano Sub 20, equipo con el que usó la blanquirroja por única vez.
Por su parte, la Región Metropolitana decidió posponer varios partidos del torneo nacional, incluso suspender temporalmente el encuentro que debían jugar Alianza Lima y Muni, dos días después del ataque. En los partidos de ese fin de semana, los diferentes equipos hicieron un minuto de silencio para rendirle homenaje.
A pesar de las investigaciones policiales, nunca se pudo determinar a qué grupo perteneció aquella letal bomba. Bien pudo haber sido de los simpatizantes del MRTA que quisieron atacar el cuartel que estaba al frente del estadio o de los senderistas, en otro de sus tantos planes por aterrorizar la capital.
Fue en este escenario que Mathey perdió la vida. Una triste casualidad, como fue la de muchos otros peruanos, todos víctimas del terror. Es deber de la sociedad peruana, que aún no cierra por completo esas heridas, recordar los daños del pasado para evitar que esto suceda de nuevo. En el fútbol, y en cualquier otro contexto.