Expuesto y bajo la lupa, el arbitraje peruano sigue entregando argumentos de conspiración que poco favor le hacen a nuestro fútbol. Y aquello lo aprovechan bastante bien entrenadores y dirigentes avispados, que casi de manera profética, elucubran teorías sobre intereses superiores que perjudican a sus equipos. Quejarse de los de negro, casi, se ha convertido en un acto protocolar en ese difícil proceso de encontrar a quién echarle la culpa.
Y es así como el responsable termina siendo la primera víctima.
Eso sí, los de negro se lo ganan a pulso. Fecha a fecha amplían el margen de error hasta evidenciar una tendencia repetida: los arbitrajes son de regulares para abajo. Y salvo excepciones, terminan teniendo un peso importante en el resultado.
A fines del año pasado, la sorpresiva implementación del videoarbitraje (VAR) para la primera final del torneo resultó fallida. Tanto que en la segunda, disputada en Matute, se debió asignar terna extranjera.
¿Por qué? La tecnología puso en evidencia el variopinto criterio local para imponer justicia en el juego.
Y es que el problema no es que se equivoquen. Finalmente, errar es humano y no se ha inventado todavía un arbitraje computarizado que reduce a cero el desacierto. El problema es cuando esos errores terminan incidiendo en el resultado de manera rotunda.
¿Qué hacer? Por ahora no queda otra que seguir dándoles el beneficio de la duda. O prenderles una vela, por si acaso.
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El mensaje de Gregorio Pérez a la hinchada crema
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